Star Hunters

Capítulo 9: Pasado

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Deinonychus
CAT_IMG Posted on 6/1/2014, 12:39




El palpitar de los corazones calmaba las almas de los dos enemigos que caminaban lentamente por el largo pasillo incrustado con piedras preciosas. Piedras que superaban en todos los sentidos a la mujer más hermosa esculpida finamente por las manos de Dios. Iluminaban tenuemente, y cambiaban de color al compás del eco de los pasos de los enemigos que andaban rápidamente al ritmo de una canción llamada derrota, de la derrota de uno de ellos. Esas piedras eran los ojos del creador, calmaban el alma de una persona que caminaba por el pasillo de la muerte.

Pero en ese pasillo había algo que llamaba más la atención de Irene Lambert, algo que la inquietaba y desesperaba. No era algo palpable, no era una cosa, era una actitud. Por mas que quisiera no podía atacar al caballero de los cabellos dorados que caminaba con un paso frenético al frente de ella. Su cuerpo no se movía, no reaccionaba por más que lo quisiera. ¿Acaso era el impacto de haber conocido un familiar nunca antes visto? No, definitivamente no era eso.

-No te fuerces tu delicado cuerpo, muchacha, por mas que lo intentes no lo vas a poder hacer, ¿de ser así no crees que ya te habría castigado? Las piedras que ves incrustadas a lo largo y ancho de este pasillo son conocidas como “Lagrimas de Ángel”- Dijo el Rey mientras mantenía ese paso frenético. El tono de su voz era mas calmado y suave que el de hace un rato. Irene extrañamente pudo sentir algo de tristeza proviniendo de su oponente.

-¿Lagrimas de Ángel?- Pregunto Irene. La pregunta salio sin pensarlo de su boca.

-Son purificadores mágicos. Limpian la mente del ser humado de cualquier pensamiento negativo, ¿no te has dado cuenta de que ninguno de nosotros ha atacado a pesar de que estamos a puertas de una batalla mortal, muchacha? Es por esas piedras. Están absorbiendo los pensamientos negativos, puede que quieras ayudar a tus compañeros, pero para eso tienes que atacarme, utilizar la violencia…- El Rey hizo una pequeña pausa- Te estarás preguntando el porque se puso eso en un pasillo, ¿no? Algunas personas dicen que son sentimientos de personas solidificados, sus sentimientos puros, suena cursi, pero eso dicen los campesinos y también dicen que cualquier persona que esté rodeada por estas piedras se siente puro inmediatamente. Yo solo quiero un camino de purificación para mis hombres.

Irene Lambert se había quedado atónita por lo que le había dicho su oponente, no por el contenido, si no por el como se lo había dicho. No parecía el mismo hombre de hace algunos minutos.

-Lambert, no es nada personal, en realidad…-El Rey hizo una pequeña pausa mientras el ritmo de sus paso disminuía.- Eres la más apta.

-¿La más apta?- Pregunto Irene.

-Eres la única que esta relacionada de alguna manera con Joya. De verdad ella pensaba que no tenía ningún familiar vivo de parte de su madre.

-¿Elizabeth?

-Estoy completamente seguro que a tus amigos los considera escoria. Y Lambert, por favor no pienses que te tiene cariño, que te ama incondicionalmente y no tengas en la cabeza la idea de que se encontraron de pequeñas y que te quiere desde ese momento…No, ella no es así.

-¿Entonces por qué trato de ayudarme?

-Ella no te quiere ni te desprecia, para ella no existes, y estoy completamente seguro que nunca en su vida te había visto ni escuchado de ti. Pero comparten un apellido, tienen la misma sangre corriendo por las venas. Su padre era Heisenberg y su madre era Lambert…- El Rey se detuvo frente una puerta dorada- Lo hace por deber, y lo seguirá haciendo sin importar que eso la lleve hacia su destrucción.

Un frío subió lentamente por la espalda de la muchacha de ojos verdes. Era miedo. Miedo de no saber que hacer, miedo de su oponente, pero sobretodo…miedo de si misma, de lo que podía llegar a hacer.

¿Qué es lo que hago aquí…?

-¿Ahora entiendes el por qué te escogí? Las cadenas que apresan a Elizabeth no la dejan avanzar, y es mi deber como Rey destruirlas, en otras palabras…mi deber es pulverizarte.

¿Pulverizarme? ¿Por qué…? No lo entiendo… ¿Saldré viva de aquí? No seas tonta Irene, tienes que vivir por ellos.

La puerta dorada que se encontraba frente ellos se abrió en un abrir y cerrar de ojos, dejando ver una habitación bastante simple, pero atrayente. Una habitación que incitaba a pasar, que plantaba un hechizo sobre cualquier ser que respiraba, al igual que el hechizo que planta una mujer en un hombre.

-Si no lo hago no podría ser un buen monarca…-Dijo el Rey mientras avanzaba lentamente dentro de la habitación.

¿Qué puedo hacer maestro, Sigfrid? ¿Luchar?...

Irene incitada por algo sobrenatural entro a la habitación junto a su oponente. Ya dentro del lugar de batalla pudo ver que era más blanco y puro que la nieve, con otras tres puertas más en las diferentes partes de la habitación. El lugar era enorme. Irene nunca había visto un espacio de ese nivel.

-Voy a pulverizar sin piedad cada parte de ti, Irene Lambert. Te mostrare la verdadera cara del miedo.- Dijo el Rey con un tono bastante calmado mientras hacia una semi reverencia y se ponía una mano derecha en el pecho.



Pero si lucho…ella…no, yo…yo podría… ¿Qué haría usted, maestro Sigfrid? ¿Qué haría en esta situación?

-Pondré mi honor como Rey en ello.- Dijo mientras se alejaba de Irene.

Él…

-Esta habitación pura clama por ser ensuciada por la sangre de una dama fina como tú, Irene.

Él…

-Ahora…-Dijo el Rey mientras hacia unos suaves movimientos con sus manos. Un pilar de luz apareció frente a Irene.

El maestro Sigfrid…

-Nebelkörper… Congela las almas de los impuros. ¡Desintegra a los que se te oponen! ¡Manifiéstate creador del miedo!

Él definitivamente…

Todo el miedo que sintió Irene Lambert durante toda su vida no se comparaba al de ese momento. Un frío entumecedor capaz de congelar las almas de los mortales subió por su espina. No tenía escapatoria. No tenía salvación. Si algo como Dios existía en ese momento la había abandonado.

-¡¡Stairway To Heaven: Iruel!!

¡El maestro Sigfird definitivamente ganaría esta batalla!

El olor de la sangre recién impregnada en las paredes bañaba como un perfume la habitación de oro. Las paredes que iluminaban en la infinita oscuridad y podían enriquecer a un hombre en menos de dos días estaban manchadas por un rojo oscuro, las luces que soñaban con un mejor futuro habían sido rápidamente apagadas por Lucifer y su traje de gala azul. De un momento para otro la habitación estaba casi desierta.

Los ojos inyectados de ira del perro negro no apartaban de vista los ojos cortantes del dragón azul.

-Ha pasado tiempo, ¿no crees? ¿Cuánto tiempo ha pasado perro negro? ¿Cuántos años has odiado? ¿Cuántos días has sentido que tu alma se quema lentamente en el infierno conocido como vida? En este maldito infierno que solo conocemos tú y yo…-Dijo el hombre de traje azul mientras se acercaba lentamente con una espada que estaba guardada en una funda negra entre sus manos.

-¿No quieres terminar lo que empezó en esa guerra, Demonio sin Colores?- Dijo Dun Anomi mientras reía.

La ira y el odio habían tensado los músculos de Oga Retsu. La razón de ese odio inaguantable la estaba mirando directamente a los ojos, sus ojos cortantes luchaban a distancia contra los suyos, esos ojos antiguamente vacíos, los que ahora estaban bañados de un rojo que miraba hacia el pasado.

El Dragón Tuerto era una de las personas que más odiaba, que mataría una y otra vez si tuviese la oportunidad, que cortaría su cabeza y destrozaría su corazón con todo el odio que podía tener una persona. Ahora, en el momento menos pensado, todo lo que le había atormentado estaba al frente suyo, pero…Por alguna razón no se movía, ¿acaso era miedo? ¿Acaso la información no llegaba a su cerebro? ¿Pensaba que era un sueño y por eso no reaccionaba? No, lo que detenía a su cuerpo eran los recuerdos.

-¿Debería considerarlo como un acto de traición al reino, Anomi?- Pregunto Fausto Heisenberg. El Guardián de las Puertas del Infierno no tenia ira dibujada en su rostro, lo que tenía dibujado era curiosidad, quería saber que era lo motivaba a uno de los mejores guerreros de Joya.- ¿Por qué uno de los mejores guerreros de Joya asesino a un puñado de nobles?

-Son cuentas pendientes que tiene el reino, y por favor no me consideres como uno de los mejores guerreros que hay, me harás sonrojar… Solamente soy un simple ajustador de cuentas. Pondré fin a los fantasmas del pasado.- Respondió el dragón mientras se acercaba cada vez más al perro demacrado, y de reojo veía a un pequeño grupo de brillantes estrellas que lentamente se estaban incorporando detrás de él.- Chicos, chicos, ¿de verdad se van a quedar sin hacer nada? ¿Por qué no se divierten un rato?

De la nada apareció un millar de hombres vestidos de negro rodeando a los miembros de Star Hunters.

Millones de imágenes vinieron a su mente, personas mutiladas, sangre enemiga derramada, sangre amiga despreciada, sangre amada…sangre odiada, todos los rubíes podían formar fácilmente un nuevo océano Pacifico. Personas atravesadas por un millar de flechas, más de cien montañas de cadáveres que se extraviaban entre las nubes. Con sus ojos negros y vacíos perdidos en la inmensidad de esos pétalos de rosa roja conocido como cielo.

Él miraba desde otra parte todo lo que había en esa escena, no lo entendía…Se encontraba en sus recuerdos, un mundo doloroso para cualquier ser que se considere humano.

Dos ojos muertos miraban fijamente al infierno de demonios, incapaces de percibir… Al igual que cuando Dios fue capaz de entender la voluntad del ángel caído Lucifer.

¿Quién ha matado a todas esas personas?...

La respuesta llego fácilmente a sus ojos. Un perro negro de cabellera platinada con manchas rojas se alzo en la montaña más grande de cadáveres. La sangre escurría por el gastado pero al mismo tiempo hermoso filo de su espada, el líquido rojo al llegar al suelo se perdía en las miradas vacías de los hijos del pecado que habían sido bendecidos por el Demonio sin Colores. Los ojos del dueño de la cabellera ahora rojiza estaban muertos como los cadáveres que trituraba lentamente con cada pisada.

El ser plateado incapaz de ver, incapaz de oír, incapaz de sentir emprendió su viaje por un infinito camino de cabezas que el mismo había cortado.

Y aun seguía caminando por ese camino de muerte y desolación…Ese era el camino que había escogido. El camino que solamente él podía recorrer.


-¿Por el bien del Reino?- Pregunto Fausto- ¿A que te refieres?

-Déjeme intercambiar un par de palabras con un amigo, General- Respondió el dragón azul mientras le lanzaba una sonrisa burlona al Castigador de los Pecados. Se encontraba cada vez más cerca del Demonio sin Colores. Estaba a menos de un metro, y su oponente aun no daba señales de vida, seguía perdido en sus pecados.

-¡Ordog Jaeger II!- Exclamó Fausto Heisenberg a todo pulmón, provocando que Dun Anomi se detuviera en seco y por primera vez se dignase a verlo a los ojos, cortando salvajemente el alma del Castigador de los Pecados.

-Vuelve a gritar eso y te daré como comida para perros, anciano.-Dijo Anomi con una ira inimaginable dibujada en su rostro.

La presión mágica de los dos hombres hacia casi imposible el respirar en la destruida habitación. La fuerza imparable y el objeto inamovible estaban a punto de colisionar en un combate épico.

-Contéstame, aquí mando yo.- Dijo Fausto mientras una sonrisa era lentamente cincelada en su rostro.

-¿De verdad te sientes a cargo? – Respondió Anomi mientras desenfundaba se la vaina negra una espada corta, derecha y de doble filo.

-¿Qué pasaría si te destrozo el otro ojo, Dragón Azul?- Contesto Fausto mientras sacaba un puro del bolsillo derecho de su chaqueta de cuero.

-Seria extremadamente doloroso…-Luego de que esas palabras fuesen expulsadas lentamente de su boca hizo una pequeña pausa.

El silencio podía ser cortado por la espada de la hoja desgastada que tenía Anomi en su mano derecha.

-...Para ti, Fausto.

-Tus habilidades en la guerra han sido útiles para Joya…Hasta ahora. Vas a cometer un serio error, Jaeger.- Dijo Fausto mientras agarraba su cuchillo blanco como la nieve.

-No tan serio como el tuyo, mi querido Castigador de los Pecados.

-¿De donde se conocen, Anomi? Respóndele a tu superior, insecto.- Dijo Fausto mientras se paraba de su asiento.

-No me imagino lo mal que lo pasaron tus hijos con un padre tan prepotente, sobre todo ese muchacho… ¿Cómo era que se llamaba? El chico rubio al que le gustaban los libros, el canto de los pájaros y la lluvia…Ah, claro, si mal no recuerdo también odiaba la prepotencia… ¿Cuál era su nombre?

-¡¿De dónde se conocen, Anomi?!- Gritó el Castigador de los Pecados a todo pulmón. Las venas se le habían marcado en la cara, parecían ríos azulados corriendo por unas montañas sin fin, montañas que habían vivido incontables batallas, que habían sufrido y llorado, montañas que ahora eran un hombre sin piedad y amargado.

No había lluvia. Por primera vez en mucho tiempo no veía llover. Pero por algún motivo sentía algo cercano a la tristeza, algo que consumía su corazón lentamente sin piedad alguna, algo que le provocaba un nudo en la garganta que le impedía hablar, gritar para que la persona que estaba con él se detuviera. Pero no lo iba a ser, por mas que tratara de gritar alguna palabra nada iba a salir de su garganta. No quería la persona que lo llevaba en su espalda detuviese el paso y lo dejase tirado en el campo de muerte y desolación por el cual estaba siendo llevado. El calor de ese ser de cabello negro le daba fuerzas a su cuerpo que lentamente se estaba entregando al frío del infierno producto de una herida en su estomago. Pero todo acabo rápidamente, de un momento a otro encontró al suelo abrazándolo y a la persona que lo llevaba en su espalda caminando unos metros mas adelante.



El lugar en el que estaba era la cuna de Lucifer. Un lugar que fue azotado por una fiera batalla, el lugar en el cual la traición, la tristeza y la soledad golpearon el alma de un hombre derrotado. El lugar en donde un hombre convertido en demonio luchó con su admirable corazón, violenta espada, resignado a matar y a morir. El lugar en el cual el alma de ese mismo guerrero se marchito como una flor.
Ahora por fin las palabras salían de su boca.

-¿Por qué…Por qué no me matas?- Pregunto débilmente el guerrero muerto.

El ser con el cabello negro siguió caminando, ignorando fríamente las palabras de la persona muerta.

-¡¿Por qué mierda no me has matado?!- Gritó con lo poco que le quedaba de energía.

El ser de cabeza de carbón se detuvo en seco

-Te lo pedí… ¡Te pedí que me mataras! ¡¿Por qué no lo haces?! ¿Por qué simplemente no me puedes ayudar?

-No puedo.- Respondió tajantemente.

-¡¿Por qué?!- Gritó con todo lo que le quedaba de alma.

- Los únicos que pueden salvar las almas de humanos que se han convertido en demonios son los mismos humanos.

El susurro del viento acaricio suavemente el cabello de plata del hombre desamparado. Un cuervo se posó dulcemente en la cabeza de ese demonio.

-¿Los demonios no pueden asesinar demonios? Menudo gilipollas fue el que te dijo eso-Musito suavemente mientras una sonrisa amarga se formaba en sus labios.

El ser de cabello oscuro se acercó lentamente al futuro cadáver que estaba abrazando el suelo.

-Me convertiré en un humano, seré piadosa como solía serlo, llorare como solía llorar, gritare como solía gritar… cuando llegue ese día mi espada atravesara tu corazón…-Dijo mientras se agachaba.

Los rubíes que tenía por ojos empezaron a cerrarse lentamente. Luego todo se fue a negro, un negro más oscuro y frío como el cuervo que estaba en su cabeza…un negro más oscuro y frío que la cabellera de la persona que estaba agachada a su lado.

Sintió como un objeto redondo y metálico era depositado en su mano.

-Y ese día dejaras de sufrir…ese día dejaras de ser mi querido….


Los recuerdos se esfumaron tal como habían llegado. Fue vuelto a la realidad por la frase que termino su oponente.

-Demonio sin Colores- Respondió lentamente Anomi. Se podía sentir como sus palabras habían devorado lentamente la tensión que había en ese lugar, ahora no había más que un sentimiento indescriptible, una combinación entre miedo y sorpresa. Luego todo eso pasó a nada más que terror. De ese terror que es capaz de congelar los sentimientos de valentía del común de los mortales. Del terror que uno siente cuando tiene en la mente la pregunta si va a vivir un nuevo día. Ese sentimiento recorrió el cuerpo de los pocos nobles que quedaban en la habitación.

-¿El Demonio…sin Colores…? ¿Ese mocoso es El Demonio sin Colores? ¿Estas seguro de lo que has dicho, Anomi?- Pregunto Fausto con sorpresa.

-¿Acaso ganaría algo con mentir? No es nada más que un sujeto despreciado por sus enemigos…y por su hogar… ¿Están asustados?- Dijo Anomi mientras lentamente una dulce sonrisa se dibujaba en su rostro- ¿Le temen al fantasma de un hombre muerto?- La espada corta y vieja que tenía Anomi en su mano derecha se transformó en una hermosa katana. Pero eso no era una espada, la envolvía un aura demasiado oscura para que fuese un arma común y corriente. Más bien era… el cuerno de un demonio.

-Tú… Tú eres él que la tiene…- Musito Oga Retsu.

-Sí…Tu preciada espada, la acepte gustosamente, no podía dejar que esa espada se hundiese en las arenas del pasado… La leyenda de la Kusanagi no merece ser enterrada.

El Demonio sin Colores desenfundo su espada de madera. Toda la ira, todo el odio, todo el sufrimiento que había pasado se habían convertido en su arma. Y al mismo tiempo en su alma.

-Déjenme decirles a todos los presentes que le temen a ese guerrero hundido en las arenas del tiempo que ahora no es el momento para tener miedo…- Dijo Anomi mientras se ponía a posición de ataque.

-… Eso viene más adelante… - Dijo mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro. La sonrisa que presagiaba la liberación del pasado.



El día que menos quería Oga Retsu había llegado. El día de enfrentar a una parte de su pasado.
 
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